XOAN ANLEO

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El Hombre un relato sin oyentes.



La representación ficticia de una acción, de una experiencia, suele dispensarnos del intento de cumplirlas en un plano real y en nosotros mismo.

Jean Genet, El Balcón.



Va muy rápido, porque no hay fijación ni en la salida ni en la llegada, solo movimiento, relaciones, idas y venidas. No hay sexo, únicamente sexualidad.

   Jean-LucGodard,

Entrevista realizada por Yvonne Baby, Le Monde 25 de septiembre de 1975.



El sujeto entre los límites de la ficción y el documental, historias que diluyen lindes y las relaciones de poder con cada uno de los personajes sometidos a diferentes dictados e instrucciones. Ficcional y epocal, nos hace cuestionar la naturaleza real o ficticia, las soluciones al narrar, relatar historias que insisten y enfatizan hechos cotidianos.


El hombre como individuo sometido a un relato sin oyentes, a una revisión de la sexualidad y el género en una sociedad que le niega otras existencias y las unifica sin límites. Un mismo gesto que cambia de significado y cuestiona las categorías y aprendizajes de los roles, los estereotipos de masculinidad como construcción social y también política de cómo nos movemos en un espacio.


El individuo se confronta con su propia imagen en una búsqueda incesante de su propia identidad, una lucha que obliga a buscar en su entorno nuevas formas de autoafirmación.


La relación de las personas en la sociedad se estructura en distintos sistemas de comunicación. Los objetos contienen atribuciones encaminadas a codificar ítems de información. Los materiales con los que construyen, el diseño y la elección de la funcionalidad no es inocente. Se generan desde su génesis relaciones de poder y su representación define el status del individuo. Cada objeto tiene implícito un juicio sobre como somos, sobre nuestros deseos y como nos mostramos a los demás, incluso deliberadamente podemos convertirlos en una máscara que nos permite permanecer ocultos tras ellos. Los objetos cotidianos son interpretaciones contemporáneas de  la identidad. El proceso de identificación del sujeto con sus objetos supone un ingreso en el ámbito de la conciencia.


Construcciones mentales de nuestras pulsiones son trasladadas a los objetos que nos rodean. Se convierten así en representaciones de nuestra propia identidad. La selección de cada uno de ellos sigue un proceso intrapsíquico, inconsciente no comunicacional. Un mecanismo lleno de múltiples causalidades y que está contaminado por los patrones de consumo estandarizados por la publicidad y la sociedad capitalista, para la cual el individuo se reduce a un mero objeto/sujeto de consumo.


Más allá cada elección de un objeto coloca a la persona en una disyuntiva: desear es querer, querer es buscar, buscar es escoger. La búsqueda no siempre es evidenciable y en el resultado de ella no siempre alcanza a consumar el deseo. La búsqueda se convierte en un fin. Las personas se arremolinan ante múltiples ofertas sin poder decidir. A lo largo del tiempo se sucede el mismo rito de búsqueda, selección  y desprecio del objeto. Este proceso encierra una metáfora sobre la relación del individuo con sus semejantes y el deseo de búsqueda de una identidad propia.


El espacio en que vivimos es fundamental: la urbe, sus construcciones y el enclave geográfico se hacen necesarios al sujeto como referentes de su mundo exterior. Lo más próximo sería la casa y todos aquellos objetos que habitan en ella. La casa es  el entorno que aglutina las coordenadas culturales de la sociedad en que se halla inmerso el individuo. Como espacio íntimo contiene los objetos propios,- testimonios de la memoria- a los que otorga valor y significación. Los objetos hablan de nuestra historia, del pasado, cargados de evocaciones sobre los recuerdos. Esconden significados que sólo nosotros conocemos y que no siempre se corresponde con lo evidente. La casa define el territorio de lo privado frente a lo público, lo interior frente a lo exterior, el aislamiento frente a la conexión. En el hogar pasamos toda una vida o una vida paralela a la exterior, contiene una historia propia. Es una representación del individuo en su búsqueda de identidad, de signos de identificación, contiene una voluntad de diferenciarse y un reflejo de status social  del individuo.


Los hoteles son espacios pensados con la función exclusiva de responder a las necesidades del huésped. Están diseñados sobre las premisas de la funcionalidad, aunque en ocasiones se enmascara con otros elementos. El mobiliario se escoge como una mercancía carente de cualquier elemento emocional. El espacio está configurado con la intencionalidad de facilitar al individuo una suerte de comodidades. El tiempo es la única variable que es modificable en este territorio. El visitante define los límites en términos de duración e intensidad pero nada puede hacer para trastocar el espacio que lo acoge. Su equipaje contiene los escasos objetos con contenido referencial que le rodean.


El hotel es un espacio no emocional donde la persona está totalmente desligada de la significación de los objetos que le rodean; un espacio exento de conflictos y confrontaciones y es desde este punto de vista cuando se convierte en un elemento liberador. Una atmósfera impersonal que alimenta un distanciamiento de los afectos implícitos en los objetos propios y su entorno. No entraña una negación de la realidad, sencillamente confronta, descubre o libera de las correspondencias emocionales de los objetos que definen la biografía del sujeto. El individuo puede despojarse de cualquier figuración de su existencia, enfrentarse con cierto alejamiento de la realidad a sus propias visiones interiores.